lunes, 24 de octubre de 2011

De Revolutionibus Orbium Coelestium (ej. 1, tema 1)

Parecía lógico pensar que la Tierra permanecía inmóvil y en el centro del universo. Todos los días se podían contemplar salir y entrar en ella cientos de astros, incluyendo al Sol, que se desplazaban por la cúpula celeste. Todo indicaba que los astros giraban alrededor de la Tierra. Además, la visión con respecto a los seres humanos de la época situaba a las personas en el centro del mundo, y se creía en la creación de los Dioses como única explicación posible. Es evidente que los dioses crearían su obra lo más perfecta, y la Tierra, ¿dónde iba a estar más perfecta que en el centro del Universo?

El problema surgió tras la observación del firmamento. Se vio que había una serie de astros que no seguían los movimientos normales del resto, es decir, que no giraban en círculo alrededor de la Tierra; cada cierto periodo de tiempo, parecían retroceder sobre ellos mismos para luego continuar su recorrido. Se dieron múltiples explicaciones para esto, como que eran astros vivos, y se les denominó “planetas”, que viene del griego, y significa “astro errante”.  

Ptolomeo (100 dc - 170 dc)  fue uno de los primeros que dio una respuesta más o menos satisfactoria sobre esto. Dijo que los errantes giraban alrededor de la Tierra, como los demás astros, en un círculo perfecto, pero que además lo hacían sobre una esfera que a su vez iba girando. Es decir, que su movimiento total correspondía al que realizaban en torno a la Tierra, y al que realizaban alrededor de su propia circunferencia (llamado epiciclo). Esto es lo que hacía que se observara en el cielo ese extraño movimiento de retroceso, que no era otra cosa que el errante girando en su propia trayectoria circular.



Ya antes de Ptolomeo, había sido enunciada otra teoría sobre el Universo, pero que quedó descartada al instante por parecer descabellada: la que expuso Aristarco de Samos. Aristarco (310 a.c. - 230 a.c.) también explicaba el por qué del movimiento de los planetas, pero lo hacía de una forma mucho más simple que Ptolomeo: colocaba al Sol en el centro del Universo, y la Tierra pasaba a ser un planeta más en movimiento. De esta forma, la trayectoria de los planetas que nosotros vemos sería solo un efecto óptico al sumar la órbita del resto de planetas y la nuestra propia. Surgían muchos contras para esta teoría; por ejemplo, se creía que si la Tierra se moviera, al soltar un objeto éste caería detrás de nosotros, no a nuestros pies; o que el viento siempre nos daría de cara; o, aún más allá, que sería un movimiento tan poco natural que acabaría destruyendo la Tierra misma, por la violencia de arrastrar toda su circunferencia.

Tuvo que llegar Copérnico (1473  - 1543) para volver a sacar a relucir la vieja hipótesis del heliocentrismo. Copérnico refutó muchos de los argumentos que sostenían el geocentrismo. Explicó que el movimiento de la Tierra no la “destruiría”, por ser un movimiento natural y no forzado. Además, argumentó que no solo la Tierra giraba: también lo hacían las cosas que estaban sobre ella, además del aire. Por lo tanto, aunque dejáramos caer un objeto, éste acompañaría en el giro a la Tierra y no se quedaría atrás.
Fue Galileo  (1564 - 1642) quien completó esta teoría, con sus descubrimientos sobre la ley de inercia y la caída de los cuerpos, y aceptando el sistema heliocéntrico de Copérnico.

Sistema heliocéntrico publicado por Copérnico en su obra De Revolutionibus Orbium Coelestium


No obstantes, ambos fueron rechazados por completo. La Iglesia el sistema de Ptolomeo, negó durante mucho tiempo otro sistema que no fuera el geocéntrico. Suponía desplazar a la humanidad a uno más entre los planetas, y esto le quitaba el protagonismo que tenía el hombre sobre el firmamento. Implicaba explicar el mundo mediante unas leyes físicas, aparentemente surgidas por azar, y no mediante la intención de Dios.

Galileo ante la Inquisición. Cuadro de Cristiano Banti (1857)

Más tarde, llegaría Keppler, quién enunciaría las leyes sobre las órbitas de los planetas alrededor del Sol, terminando lo que había empezado mucho antes Aristarco de Samos, quién fue el primero que supo desplazar el sol al lugar que le correspondía, aceptando que somos un simple planeta, minúsculo ante el infinito del universo. 

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La Biblia enseña a llegar al cielo; no cómo funcionan los cielos.
No me siento obligado a creer que un dios que nos ha dotado de inteligencia, sentido común y raciocinio, tuviera como objetivo privarnos de su uso.
En lo tocante a la ciencia, la autoridad de un millar no es superior al humilde razonamiento de un hombre. 

(Frases de Galileo Galilei, ante las acusaciones de la Iglesia sobre su supuesta herejía)


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