A pesar de que los antibióticos tales como los conocemos hoy tienen una historia relativamente corta, en realidad los primeros se usaban ya en China, Egipto o Grecia hace 2500 años. Claro que entonces tan solo se usaban ciertos mohos y plantas que, tras aplicarlos, se observaba que detenían ciertas infecciones. Esto era debido a que contenían sustancias antibióticas.
Las infecciones han afectado a la humanidad desde la Antigüedad. Eran la principal causa de muerte, sobre todo en épocas de inestabilidad o de guerra. De hecho, durante las batallas, las infecciones mataban más personas que directamente las armas. Además, su rápida expansión y el riesgo de ser contagiado hacían que fueran casi imposibles de tratar; es por esto que muchas veces prefería amputarse un miembro a correr el riesgo a que se sufriera una infección por la herida. Enfermedades como la sífilis, la neumonía, la gonorrea o la gangrena resultaban trágicas.
Por eso, resultaba esencial buscar un remedio eficaz que solucionara este problema. El verdadero adelanto vino con Alexander Fleming y su penicilina.
Esto fue un gran paso, pero ahora venía lo más difícil. Había que identificar y aislar la sustancia del moho,que Fleming llamó penicilina por ser creada por el hongo Penicillium notatum; y, sobre todo, había que averiguar si esta sustancia era tóxica o no para las células del organismo. No fue hasta casi más de una década después cuando se consiguió esto. Dos científicos, Ernst Boris Chain y Howard Walter Florey, tras varios años de investigación con la penicilina, lograron aislarla y purificarla mediante diferentes métodos químicos.
Esta sustancia purificada fue inyectada en ratones, que no resultaban contaminados por ella. Más tarde, también con ratones, se comprobó que la penicilina atacaba a la neumonía sin ser perjudicial para el resto de las células. La sustancia tan buscada había sido por fin hallada.
El salto a los humanos se produjo de una forma casi desesperada, cuando un amigo de Fleming estaba a punto de morir a causa de una infección. Fleming, en un último intento, le inyectó penicilina, tras lo cual el enfermo se recuperó completamente.
A partir de ahí, llegó el éxito de este nuevo antibiótico, así como de Fleming y sus colaboradores. La penicilina comenzó a usarse y a salvar miles de vidas. Se dice que Fleming que es posiblemente la persona que más vidas haya salvado a lo largo de la historia.
Hoy en día, no nos podemos imaginar la vida sin antibióticos. Enfermedades que en la actualidad resultan pasajeras y hasta sin importancia resultarían en muchos casos mortales. Y, aunque aún quedan muchas por tratar, el descubrimiento en su día de los antibióticos abre las esperanzas sobre cualquier enfermedad y su posible cura en el futuro.
Realmente, el "salvarsán" de Erhlich no se puede considerar como un antibiótico, ya que era un producto químico sintético. Pero era un medicamento antibacteriano.
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